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miércoles, junio 13, 2012

Irene Aranda - "Yetzer"


Advertencia: conviene aislarse del mundo para entrar en el de Irene Aranda. Su música es una cura, purgación saludable del estrés cotidiano, del ruido ambiental y mental. Por eso, ya de primeras, lo suyo parece un ejercicio contracorriente. Eso sí, no es meramente terapéutico, es música en estado puro de creatividad. Es la expresión íntima compartida. Una intimidad expuesta sobre el escenario de un teatro jiennense después de haber trabajado con detenimiento las herramientas expresivas que la han llevado hasta donde hoy está: al inicio de un camino profesional que se presume apasionante y que ya, tan sólo en sus primeros pasos, ha dado un giro radical pero coherente respecto de su primer trabajo.

Yetzer es la compilación discográfica de dos jornadas de improvisación en el Teatro Darymelia de Jaén. Una, con público; la otra, en solitario. De ahí sale el material de esta edición digital que documenta el desarrollo de unas improvisaciones que Irene trabaja a partir de una inspiración que no es (sólo) cosa de musas, también (y sobre todo) de trabajo. Meses y años de indagar en motivos melódicos, rítmicos, armónicos, en un viaje a la inversa: del flamenco de su tierra a los tiempos del Al-Ándalus pasando por los territorios que histórica y culturalmente comparten huellas. Irene da así forma a un universo musical propio, intransferible, producto de su formación clásica, de sus pulsiones jazzísticas y del amplio espectro de intereses como oyente de música que transpiran sus dedos sobre el teclado.

Seis son las sebkas de este Yetzer. Si una sebka es la red de rombos típica de la arquitectura islámica almohade, lo que Irene hace en cada una de sus improvisaciones es tejer una red de ideas fragmentarias y trazar su propia arquitectura sonora a partir de ellas. En ese trazado se reconocen los motivos melódicos y armónicos, los ornamentos propios de culturas como la musulmana - que habíamos percibido, por ejemplo, en el piano de Bojan Z - o de la judía, fuente de inspiración de pianistas como Yaron Herman o Misha Alperin. Ejemplos como referencia para entender algunos de los giros que plantea Aranda durante sus improvisaciones, más abiertas, sin embargo, a la indagación (cual Agustí Fernández) que a la estructura (habitualmente) prefijada de los ejemplos referidos. Por eso tiene mucho valor que Aranda sea coherente en los largos desarrollos. Un paseo musical con sorpresas pero sin bruscos cambios de sentido. Su camino puede partir de una aparente indefinición para derivar, de pronto, en un discurso de expresión clasicista y casi barroca, con ecos de fuga, que establece un pulso medianamente estable hasta el final de Sebka III.

La quietud, la placidez general, tienen contrapuntos turbulentos en improvisaciones más volcánicas (Sebka IV) a las que siguen espacios de reflexión a partir de un motivo melódico que se enrosca y desenrosca lentamente, que engorda en su densidad armónica hasta casi hacerse tonada fúnebre, correspondida por una preciosa coda de motivos ornamentados en la mano derecha sobre el pulso de una nota grave, campana de una conciencia que se va extinguiendo. Golpeos sutiles e insistentes como los que en la segunda mitad de Sebka VI van creando los puntos de referencia, de estabilidad, en el crecimiento de las melodías. Son el anclaje en un estadio anímico profundamente espiritual que se desata como baile ritual - al que la pedalera sirve de percusión rítmica -, en esta danza derviche hacia un éxtasis interior, contenido, casi en suspenso. Como si a la ilusión de la euforia le siguiera un estado de febril y contenida felicidad.

Convendría valorar en su justa medida el milagro de Yetzer, lo maravilloso de esta música en un país tan poco dado a incentivar la creatividad. Si existiera en España la financiación en I + D musical, Irene Aranda sería una fiable destinataria de ese dinero, notable ejemplo como es de lo que el esfuerzo íntimo, la constancia, el trabajo y la investigación son capaces de crear y desarrollar musicalmente. Sería (¿es?) una lástima que el ruido nos impidiera escuchar cómo los cimientos más básicos pueden dar lugar a las obras de arquitectura musical más hermosa, donde uno crea estar escuchando una tonada balcánica a la vez que intuye que Bach pulula por ahí (Sebka I). Produciría (¿produce?) pena que no haya oídos que escuchen  cómo el sonido invoca al silencio, cómo el juego con las cuerdas del piano de Sebka II y los efectos que Irene trabaja rasgan el vacío hasta despertar los sentidos a una improvisación realmente formidable en la que se superponen los estilos, donde ambas manos se independizan, se entrelazan, la técnica brilla en todo su esplendor y Aranda entra en combustión. Asombra la naturalidad de una composición sobre la marcha de semejante densidad y cómo de ella surgen melodías que dan pie a cambios de tempo y evoluciones armónicas. Eso sí, lo que dice en doce minutos es capaz de condensarlo en los apenas cuarenta y dos segundos de la Sebka V, como si de un breve estudio se tratara, a partir de una melodía a dos manos. La izquierda se independiza para acompañar la improvisación melódica de la derecha y vuelve al juego paralelo en la re-exposición de un tema con tono (al menos así me lo evoca) de canción infantil.

¡Bravo Irene! Un trabajo maravilloso, un regalo que exige lo mejor de nuestra (cada día más) agredida capacidad de escucha y concentración. Si Yetzer es la palabra judía que invoca el instinto humano de elección entre el bien y el mal, la música de Irene Aranda evoca un mundo precioso e imaginario de integración cultural en el que la diferencia es complementaria. Ojalá sea apreciado.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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