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miércoles, mayo 18, 2011

Dans les arbres - Centro Cultural "El Matadero" Huesca 15/05/2011


Christian Wallumrød, Xavier Charles, Ingar Zach e Ivar Grydeland
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno

En este 2011 de revueltas en el Norte de África (y en países de otras latitudes), el día 15 de mayo estaba prevista en España una jornada de concentraciones y manifestaciones de protesta contra los tejemanejes políticos y empresariales que están firmando la claudicación del Estado de Derecho frente al poder del capital. Émulos de las manifestaciones que alcanzaron su clímax mediático en la plaza de Tahrir de El Cairo, en el momento de escribir estas líneas algunos jóvenes tratan de asentar su campamento de protesta en algunas plazas españolas. El 15-M como fecha/símbolo que el tiempo dirá si es o no el inicio de una reacción social contra los abusos del poder o termina por no significar demasiado. Como ciudadano concernido me tienta participar en la concentración de mi ciudad pero vence la tentación de acudir a Huesca a la actuación de Dans les arbres. Reconozco mi aversión al grito gregario así que termino por hacer kilómetros para volver a ese santuario del buen criterio llamado 'El Matadero'. Es otra forma de protesta, más sutil si se quiere. Acudir a un concierto tan ajeno al establishment mediático-musical es un acto de rebeldía frente a la imposición; una forma de apoyar otra visión del Arte (ergo otra visión del mundo).


Ivar Grydeland
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno

El 15-M oscense - el de 'El Matadero' - fue una propuesta de mínimos. Si en el pacto social hay unos mínimos que se defienden a capa y espada, en la propuesta del cuarteto Dans les arbres los mínimos fueron elevados a categoría de máximos. Dicho de otra manera: con muy poco se puede hacer mucho. Los mínimos del cuarteto nos remiten al vasto territorio de las sensaciones sónicas, de los espacios abiertos por bloques de aparente mínimo desarrollo que, sin embargo, se produce sin casi ser percibido. Es el territorio de lo sutil frente a la evidencia de los temas con una estructura definida o a las melodías con sujeto, verbo y predicado. Una vez generado el primer sonido no hubo pausa hasta el final. Como si, en el fondo, los cuatro emitieran un continuo al que los oyentes nos pudiéramos enganchar y desenganchar en el momento en que nos parezca oportuno; la música como campo magnético en el que entramos y salimos.


© Jesús Moreno

Asumido que el piano es un instrumento de percusión, el noruego Christian Wallumrød lo preparó para anular su sonoridad natural y hacer que cada martillo al golpear generara un sonido seco, apagado. Ivar Grydeland aprisionaba las cuerdas de la guitarra eléctrica con unas pequeñas pinzas metálicas y con leves golpes sobre ellas se convertía en una campana más de las que manejaba Ingar Zach entre su set de percusión. En ocasiones frotaba las cuerdas con un arco, igual que hizo con el banjo casi al final de la actuación extrayendo de él un sonido casi alucinado de resonancias corales. Y Zach llegó a convertir la percusión en un instrumento de viento. Sopló el filo de un plato para entrecortar el soplo; también en el pequeño agujero central del mismo para fundirse con el viento que entrecortaba las teclas del clarinete del francés Xavier Charles. Así los papeles presupuestos se intercambiaban hasta el punto de que la percusión proporcionaba los elementos más melódicos y guitarra (banjo), piano y clarinete eran meramente percusivos. Todo ello en un continuo de transiciones que gravitaban muchas veces sobre las células rítmicas (melódicas) de Ingar Zach convertidas en pulso (latido) y dirección musical. Sobre ellas el trío compuso un entramado de sonoridades que tenían tanto de mística tibetana como de ruidismo industrial. Inquietante a la par que reconfortante.


Ingar Zach
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno

Dans les arbres hipnotiza al espectador a través de una apariencia estática que, sin embargo, está en permanente mutación. Son movimientos casi inaprensibles que dirigen la improvisación colectiva hacia nuevas ideas, hacia nuevos marcos que dividieron el concierto - de algo más de una hora - en varias secciones en las que el virtuosismo está en una contención casi zen apenas pellizcada por los sobrevuelos nerviosos del clarinete mudo de Xavier Charles. Una propuesta que cincela el paisaje muy poco a poco. Como el 15-M, una fecha para el personal recuerdo musical y, ¿quién sabe?, quizá el inicio de una apasionante improvisación colectiva.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente aquí.

miércoles, mayo 04, 2011

Los Barça - Madrid como síntoma

Soy barcelonista. ¿Qué significa eso? Significa que en algún momento (que no recuerdo) nació mi simpatía por esta institución deportiva; simpatía que con el paso del tiempo (como toda relación humana) ha generado un cariño (posiblemente) irracional por este equipo que, para mi fortuna, tiene diferentes secciones que coinciden ampliamente con mis disciplinas deportivas favoritas.

Durante mi primera adolescencia viví con pasión extrema y seguimiento exhaustivo los avatares del equipo de fútbol; también del basket o el balonmano (incluso el hockey), aunque con menos intensidad. Durante mi segunda adolescencia el fútbol fue quedando en segundo plano e, inoculado el virus por un amigo, el basket pasó al primero (en el que todavía sigue). En ambos periodos de la adolescencia sentí como propias alegrías y tristezas; decisiones arbitrales justas e injustas... insultaba frente al televisor, alteraba mi sueño, compraba las colecciones de pins, utensilios de cocina varios y leía El Mundo Deportivo (por supuesto nunca lo doblaba, al menos no hasta leerlo). Por fortuna superada la etapa la educación me ayudó a poner las cosas en su sitio.

La sobredosis de enfrentamientos entre Barça y Madrid de fútbol en estas últimas semanas resulta una excelente herramienta de análisis y cuestionamiento acerca de muchos aspectos de nuestra sociedad. ¿Cómo vive el personal el deporte? ¿Sabe situarlo en su contexto o, como si de un adolescente hormonado se tratara, lo sitúa en un plano vital superior al de su propia existencia? Puedo entender que al adolescente (que fui) le cueste asumir la verdadera dimensión y relevancia de lo que tanto parece angustiarle pero, ¿es sólo cosa de personas en ese tramo vital? No parece que las gradas estén pobladas mayoritariamente por menores de edad y el comportamiento dista bastante de lo esperable en personas adultas y razonables (que se convierten en ejemplo perverso para quien está en edad de formación). Es razonable pensar que la afición deportiva sirva para purgar fantasmas internos lo mismo que la práctica deportiva nos permite purgar los excesos alcohólicos o gastronómicos de la noche anterior (o la flacidez de nuestra carne sedentaria) pero no lo es que sea a costa de denigrar la dignidad de otras personas como no insultamos al camarero por servirnos el alcohol que nosotros hemos pedido.

Al igual que relacionamos (con asombrosa pasividad) cada periódico generalista con una ideología e incluso como portavoz de un partido político (o grupo empresarial) parece asumido con naturalidad que unos periódicos deportivos son de X y otros de Y. No es, desde luego, el sentido originario del periodismo ni la mayor dignificación posible de la profesión pero a pocos parece importarle. Ahora bien, una vez que esto lo aceptamos como parte del orden natural, ¿no debería existir un límite ético entre la simpatía confesa y la entrega absoluta a las bajas pasiones? El desorbitado seguimiento de los medios de comunicación a esta serie de partidos de fútbol nos ha permitido escuchar íntegras y en directo (antes solía ser materia para la edición informativa posterior) las ruedas de prensa de ambos entrenadores (y del segundo madridista). ¿Qué resulta más patético? ¿El speech de Mourinho en el Bernabeu o las preguntas hacia él dirigidas? Sinceramente me lo parece más la segunda opción. La primera es la de un personaje en su papel; la segunda la de unos fanáticos (honrosas excepciones) en una función que no les debería corresponder.

Al igual que en la prensa 'seria' se ha colado la podredumbre de la prensa del corazón, el fanatismo deportivo (y político, todo hay que decirlo) se ha colado en las interminable cobertura de este acontecimiento futbolístico por parte de medios de todo tipo y condición. Se sitúa un juego - un ejercicio de ocio pasivo para el aficionado - en la cumbre de las relevancias informativas de modo que se incide en la idea de información como entretenimiento que ha conquistado la sociedad de la velocidad global. Un partido recibe tratamiento de noticia de estado implicando con ello elementos ideológicos que desde la noche de los tiempos se les han adjudicado (y ellos han acogido con gusto) a sendas instituciones deportivas. Así al enfrentamiento meramente deportivo se le suma (con mayor importancia si cabe) una lucha de identidades políticas que dan por buena la idea de que las guerras del siglo XXI se han trasladado (al menos en Europa) al terreno deportivo. Las bajas pasiones, la catalanidad y la españolidad marcan paquete testicular a partir de unos goles o de unas quejas arbitrales. Todo eso sazonado con horas de gritos ante el micrófono (y las cámaras), artículos escritos con los bajos y una población que mantiene las formas la mayor parte de las veces en la relación cotidiana y que desfoga odios con forma de SMS o foros de internet.

Por fortuna dentro del infernal ruido de intereses todavía asoman ejemplos de cordura. Cronistas que mantienen la dignidad del plumilla incluso en entornos hostiles para la inteligencia; aficionados que ejercen como tales en la acepción más saludable de la palabra; ciudadanos que son capaces de ignorar voluntariamente una opción de ocio que más bien parece una obligación (como lo fuera el servicio militar para los hombres). Pero siempre quedará el lamento por leer y escuchar a hombres y mujeres aparentemente hechos y derechos caer en la sarta de manipulaciones y odios infundidos, entrar al trapo de las provocaciones barriobajeras y dar coba a actitudes racistas e intolerantes. ¡Qué lástima! ¡¡Qué aburrimiento!!

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