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viernes, diciembre 02, 2011

Música Gris (La Cultura musical en tiempos de crisis)


Ya sé que está mal visto defender la Cultura en tiempos de crisis (por expolio de la organización pública de la cosa). Por eso lo voy a hacer. También por mi propio interés, claro está. Aunque he de aclarar que no es un interés económico, no me va en ello la economía, más bien todo lo contrario. Es la Cultura en la que invierto y la actividad profesional cultural la que me mantiene.

No sólo estamos precipitándonos hacia un mundo esclavizado por el dios Productividad – lo cual ya es terrible – sino que además corremos el riesgo de vivir en un mundo monocromo. Mi admirado ‘El Roto’ ya lo advirtió en una de sus muy luminosas oscuras viñetas: En todas las emisoras sonaba la misma música, pero la variedad de receptores era infinita…. Así, ahora que tenemos auditorios, centros cívicos, casas de cultura y demás artilugios arquitectónicos de admirable requiebro (ohhhh), resulta que se imponen dos ofertas musicales: el silencio o la música que le gusta a la gente (¡!). La primera oferta - más allá de un extraño y poético homenaje a John Cage - es la terrible consecuencia de la priorización del ansia constructora y especuladora sobre la lógica racional basada en un estudio a partir de la densidad de población de la región X, ofertas ya existentes, distancias kilométricas y comunicación con las más próximas, etcétera. En fin, aquello de la fiesta sin fin del ladrillo. La segunda de las ofertas es, en realidad, la consolidación de una tendencia sólida como un buen bloque de cemento, la que lleva a considerar que aquello que atrae más público es aquello que hay que programar.

¡Alarma! Vienen tiempos duros para el oído. Siempre lo han sido, de acuerdo, pero como los billetes de quinientos desbordaban algunos bolsillos con poder, siempre dejaban caer algunos como migaja de felicidad para oídos descarriados como los míos. Pero ahora que los billetes se han esfumado (¿dónde está el billete, matarile rile rile?) vete tú al gestor público de turno (sí, el lenguaje económico todo lo contamina) y pregúntale que por qué no programa conciertos de música Contemporánea, Improvisación, Jazz, o de cualquier cosa que con sólo pronunciarla al gestor haga que le entre una risita floja… Bueno, eso era antes, cuando lo de los billetes, ahora se conocen casos de ahogamiento por ataque de risa. Más allá de la risa, hemos llegado a un punto interesante y debatido por los siglos de los siglos sin llegar, por supuesto, a acuerdo alguno: la cosa de lo público. ¿Qué debe financiar el dinero público si de música o cultura hablamos?

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Nada. Ahora nada. Lo público se ha acabado señores. ¡Viva la empresa privada!

Bien, gracias por su aportación pero pongamos que todavía le quede un hilillo de

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¡Plastilina!

Venga hombre, no sea malvado, que no estoy hablando de Rajoy. Hablo de ese hilillo de vida que todavía palpita en el cuerpo enfermo de la cosa de lo público. Aunque resiste a duras penas, sugirámosle por si se restablece o queda algo de él en pie. Volviendo a la pregunta sobre qué debe financiar el dinero público

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¡Lo que la gente quiere!

Ahí estamos, el argumento tradicional. Pero permítame ser un poco más transgresor. Propongamos a la gente desde lo público, trabajemos con la gente desde lo público, eduquemos a la gente desde lo público,

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¡Doctrina! ¡Usted lo que quiere es adoctrinar! ¡¡Comunista!!

En fin, sigamos. Hagamos que, en definitiva, de esa variedad de receptores de las que hablaba ‘El Roto’ surjan músicas tan diferentes que uno tenga que incluso dudar para escoger. La duda, ese gran amigo de la inteligencia. Porque si la oferta es aquello que a la gente gusta, ¿cuántas dudas me surgirían? No hay que recibir clases de Aznar en Georgetown para llegar a la conclusión de que pocas o ninguna. No es menosprecio del humano, es constatación del primitivismo que nos define como especie colectiva. Es así, no hay que darle más vueltas. Somos colectivamente vulgares y zafios. Y por eso se puede apostar por apuntalar ese primitivismo zafio o por dar opciones, abrir puertas, crecer como colectivo a partir de las múltiples opciones para el individuo. Sin variedad no dejamos de ser meras piezas en serie dentro de una maquinaria uniforme. Y bien conocemos los riesgos de la uniformidad.

Aunque como argumento es simplista y reiterado no es incierto que al sector privado lo mueve el beneficio económico y al público… al público… ¡el déficit cero! Que no me salía. Y claro, uno ante quien crea por iniciativa propia un tinglado donde se juega los cuartos se siente poco legitimado para decirle que lo que programa usted me parece un asco (pero se lo digo igualmente, ¡un asco!). Le aseguro que si programa lo que yo propongo es probable que de aquí a un tiempo me persiga con escopeta de caza porque, insisto, la gente (ese ente) es vulgar pero es gente (que implica un plural), y es la gente la que genera beneficios; los individuos, como mucho, generamos quebraderos de cabeza con nuestras impertinencias y desvíos del camino marcado.

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¡Acabemos con el individuo! ¡¡Viva la masa!!

Gracias Hulk. Sin duda tus deseos van por buen camino. Al fin y al cabo, ¿quién va a poder ser individuo en este mundo venidero? Leyes ad hoc para nuestro apaciguamiento colectivo al servicio del crecimiento permanente de la economía y a costa del crecimiento personal. La diferencia, penalizada. Todos al ritmo de los timbales en las galeras. ¿Qué mejor sintonía que la de los gustos de la gente? Aquello que nos uniforma, aquello que nos hace iguales. Un mundo pop, un mundo de zarzuela y pasodoble permanente, un mundo de ‘realities’ Operación Triunfo, un mundo Huecco. La gente manda, amigos.

Mis orejas son mi corazón. Mis orejas inoculan el oxígeno que necesito para seguir vivo. Como quien se deleita con el olor y sus embriagadoras diferencias, mi alma necesita la diversidad para seguir presente en mi cuerpo. ¡¡Necesito oler músicas!! Necesito saber que mi mundo no se va a limitar a escuchar siempre la misma ópera, la misma zarzuela, el mismo pasodoble, el mismo Bisbal, la misma Shakira (¿todavía no le ha demandado Sudáfrica por su bochornoso Waka Waka…? ¿De verdad esto es África?). Necesito personas valientes que den el paso de no caer en la tentación de agarrarse permanentemente al argumento de ‘la gente’ en detrimento de sus propias ideas. Todos callados, todos con el alma sellada para no poner en riesgo el statu quo, para no cuestionar el saqueo impune (hasta hoy) de nuestra alma colectiva que pronto puede ser privatizada, como bienes de consumo en el que nos estamos convirtiendo (somos). Necesito músicas que me hieran, que me sanen, que me inquieten, que me deslumbren y me apaguen, que me hagan arder en el infierno para encontrar con ellas la paz.

Sí, necesito todo eso y eso está hoy más en riesgo que nunca. ¿Qué músicos van a poder clavarme una puñalá emocional o a sorprenderme si todos ofrecen lo mismo y lo mismo es lo que ‘la gente’ quiere? Recuerdo cómo al acabar de tocar el típico concierto de coros de ópera y zarzuela (sí, todas esas que ustedes se imaginan) alguien me dijo que por qué no se hacía eso más a menudo. ¡¿Más?! ¡¿Siempre lo mismo?! Claro, si al final nuestros  días son una clonación los unos de los otros (sí amigos, la temida y, sin embargo, tan narcotizante rutina), ¿por qué no la misma música? Resulta fácil sentirse confortado en el (aparente) control de las cosas. O las palabras del director de una banda de música (cuyo presupuesto procede de las arcas públicas) proponiendo a la misma como “alternativa cultural” (sic) en estos tiempos, después de llenar un teatro con un concierto de zarzuelas (sí, esas que se imaginan). ¿Alternativa cultural? ¿Son en España las bandas de música alternativa cultural? ¿A qué? ¿A sí mismas? ¿La zarzuela como contracultura?

Las cosas sin importancia, lo aparentemente inofensivo, nos ofrecen una jugosa lectura entre líneas. Escuché una cuña radiofónica  que anunciaba una “ópera para todos los públicos”.

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¿También eso te molesta? De hecho, ¿qué te molesta?

¿Qué me molesta? ¡Demonios! ¿Qué es una ‘ópera para todos los públicos’? ¿Existe algo ‘para todos los públicos’?

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A ver chico, pues eso, que es para toda la familia.

¡¿Para toda?! ¿Qué existe que pueda ser disfrutado por toda la familia? Espera, ¡ya lo tengo! Se refiere a que es una ópera ‘amable’. Que la ‘amabilidad’ es algo a lo que todos podemos acceder y disfrutar. Y como lo que el gestor pretende es llenar auditorios para contentar a ‘la gente’, pues ¡viva la gente! Que la hay donde quiera que vas y es lo que nos gusta más, que decía la canción (¡con qué acierto político!). Y así, a base de edulcorar las realidades, de hacerlas accesibles a ‘la gente’ para que todo el mundo aplauda al unísono, nos olvidamos de que la Cultura, de que la Música, es un reto, y que como tal o estamos dispuestos a enfrentarlo o nos quedamos en un nivel superficial, insustancial, tan inocuo como intercambiable. Señores, ahí está el reto, ganar afectos con la verdad, no con trucos de luces y sonido.

Mi capacidad de estupefacción ante el conformismo y la automutilación ideológica de ‘la gente’ sigue siendo regada a diario por los cadáveres animados de quienes un día fueron seres vivos e inteligentes. Se impone como una peligrosa mordaza a la libertad de elección la ruina moral, ética y estética de quienes marcan el ritmo de esos timbales. Es un ritmo tan hipnótico que parece cautivar incluso a los díscolos. Y es que es ver las orejas al lobo de los recortes y todos lobos. Unos muerden el presupuesto, otros su criterio. Y mientras tanto el sonido home cinema  de la vida no es sino un efecto auditivo del mono más primitivo. Envuelve, sí, pero por sincronía.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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