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lunes, junio 30, 2008

Héroes de la resistencia

Sé que es de mala educación y de falta de humildad concederse la virtud del héroe pero, por una vez y sin que esto sirva de borrón en mi inmaculado historial de humildad, permítaseme la bravuconada. Creo, no obstante, que muchos de los innumerables lectores de este blog estarán de acuerdo conmigo en que, siendo considerado a efectos administrativos ciudadano español, es digno de tal mención haber formado parte de los escasos treinta millones de ciudadanos (aprox.) que:

a) no presenciaron por televisión (ni en el estadio) el partido de fútbol España - Alemania.
b) no gritaron y se exaltaron frente a televisores en casas, bares, plazas...
c) no tiraron petardos y cohetes hasta altas horas de la madrugada.
d) no condujeron el coche con el único propósito de hacer sonar el claxon hasta altas horas de la madrugada.
e) no se bañaron en una fuente pública, salieron al centro de la calzada y cortaron el tráfico.
f) no se pintaron de rojo y gualda cara, torso u otras partes del cuerpo.

A esta serie de factores compartidos por los escasos treinta millones de ciudadanos que obviaron estas letras del abecedario se unen, en mi caso, otros factores de heroicidad:

a) a punto de iniciarse el partido contemplé durante unos minutos un extraordinario reportaje sobre canibalismo en La2.
b) durante el transcurso de la primera parte del partido paseé por las desiertas calles de una Vetusta ciudad española.
c) durante el transcurso del descanso y primeros minutos de la segunda parte cené unas soberbias tostadas con aceite, sal, tomate, caballa y queso.
d) durante el transcurso de los minutos restantes de la segunda mitad del encuentro futbolístico leí con detenimiento ciertos artículos de la prensa del día.

Argumentos todos ellos que, sin dudar, elevan mi figura a la categoría de héroe nacional por haber resistido a las hordas de patriotismo y nazionalismo futbolero.

Dicho todo esto no me queda más que avisar que el día en que, por razones que ahora mismo no puedo imaginar, se me desborde la euforia por un acontecimiento personal (privado e intransferible) saldré a por mi coche, recorreré la ciudad con el claxon pulsado (sin ritmo alguno, simplemente pulsado), lanzaré cohetes y petardos a altas horas de la madrugada y, cogiéndome del paquete, gritaré: ¡¡Carlos, Carlos, Carlos es cojonudo, como Carlos no hay ninguno!! o simplemente mi nombre una y otra vez para mostrar que, si no eres Carlos o, como mínimo, de Carlos, eres un pringado.

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